“Nunca forzarás para que exista lo que no existe.”
Parménides

En una época de información y conocimiento como la nuestra, todo se puede conocer al instante haciendo un click. Con el uso de las redes sociales, ya ni siquiera lo más privado e íntimo de las personas está oculto. Finalmente con el big data, el smart data, la minería de datos, los ge-pe-eses incorporados a nuestro móvil y los algoritmos predictivos, el mercado puede saber más de nosotros, que nuestros seres más cercanos, incluso, más que nosotros mismos. Está demostrado que el universo virtual gobernado por una ubicua inteligencia artificial, es capaz de anticiparse predictivamente a nuestros más recónditos anhelos y deseos, y lo que resulta aterrador y distópico; obligarnos a cumplirlos a cualquier costo.

En este contexto pensaríamos; nada más anacrónico que un grupo de personas, que a fuer de sus usos y costumbres de 300 años, dícese “secreto” (o más recientemente autodefinido como una “sociedad discreta”), sin embargo lo que conmueve de un secreto o discreción, es la fuerza y a la vez la delicadeza del lazo que se crea entre aquellos que comparten dicho corpus de conocimiento. En el caso de la masonería este lazo se traduce en un sistema de valores que para pragmatizarse, funcionar y ser a la vez funcional, utiliza inmemorialmente símbolos creacionales (o de la construcción).

Parafraseando a Marcel Proust, a propósito de su Salón de Guermantes: “La francmasonería no es más que eso”, no hay nada de particular en sus secretos, salvo la razón del secreto mismo y el recorrido que este nos conduce.

Un conjunto de imágenes me viene a la mente cuando pienso en la masonería: cajas chinas, teatros interactivos y celosías. La imagen de cajas dentro de otras cajas tiene que ver con la cosmología y la eterna búsqueda de la verdad, los teatros con la psicología, la consciencia (o el alma y el espíritu), la conciencia (o aplicación de la razón) y las celosías con la dimensión singular de lo secreto y su vínculo con lo maravilloso y lo asombroso (la capacidad que tenemos los seres humanos de admirarnos y conmovernos).

Por supuesto, todas estas imágenes están íntimamente relacionadas. La inmensidad esencial de la consciencia (alma y espíritu) y de la conciencia (razón aplicada), es la preocupación constante de la Orden, cada semana nos reunimos durante interminables horas, mirando constantemente lo que llamamos nuestro templo interior e interactuando en una búsqueda colectiva para darle forma y racionalizar un templo exterior, ambos imperfectos, pero perfectibles en el devenir del tiempo.

El hecho de estar conscientes en ello, ya es encontrarse divididos, siendo a la vez múltiples. Hay tantos arquetipos dentro de nosotros, el universo entero está representado en cada templo y en nosotros mismos; visiones, misterios y secretos se manifiestan todas las semanas, en cada reunión (llamada “Tenida”). Cuán extraño puede resultar todo esto, para quien no lo experimenta, sin embargo intentaré explicarlo en pocas palabras.

Todo universo está contenido dentro de otro universo. Cada semana abrimos cajas de pandora, por ejemplo en una de ellas encontramos saberes desde distintas perspectivas, sobrecogimiento y asombro en otra y éxtasis en la siguiente. No podemos apartarnos de las
cajas, nuestra imaginación y nuestro amor por la búsqueda de la verdad (de verosimilitud y de coherencia), conspira todo el tiempo en contra de nosotros. ¡Hay tantas cajas! De vez en cuando algunos creen que ya han llegado a la última caja, pero al mirarla con atención, esta revela que aún existen más cajas. Las apariencias engañan, esa es la lección, somos víctimas de un truco aquellos que buscamos vehementemente llegar a la verdad de las cosas: “como es arriba es abajo”, afirmaba Hermes Trismegisto en su tabla esmeralda hace más de 2000 años.

La lucidez y el incremento de nuestra comprensión es la consecuencia del accionar de esas leyes fundamentales y de esa constante búsqueda. Tratar de encontrarnos es confluir con paradojas, oximorones e infinitas ambigüedades. Para nosotros los masones, como decía Emily Dickinson, “lo imposible es igual que el vino: nos estimula” (de hecho muchos han logrado lo imposible porque nunca les dijeron que lo era).

Nuestros mitos o las historias que nos contamos son los símbolos en palabras y nuestros ritos terminan convirtiéndose en esos símbolos en acción. En cada caja hay una historia y en cada teatro una ritualística interactiva, una repetición constante, una cadencia, un egregor, en ellos vemos todas las siluetas que la consciencia, el mundo y el universo infinito proyectan. En nuestro mundo simbólico hay una obra que se encuentra en plena representación, quizá siempre sea la misma obra, solo la escenografía y el atrezzo difieren de cada caja, dependiendo de las grandes preguntas: ¿De dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos?

En todo esto la pulsión de la muerte siempre está presente, es una especie de maestro de ceremonias que abre cajas mientras oculta otras (dícese que siempre debemos morir un poco para seguir viviendo; esa es la búsqueda permanente de sentido).

Por último las celosías organizan nuestras relaciones con el mundo exterior, dejando la posibilidad que la luz y la vivencia emanada cada semana en nuestros templos, sea modulada y tamizada a través del accionar de cada masón en sus relaciones cotidianas con el mundo real. Las celosías dejan entrever, a quienes tienen consciencia de la masonería, que algo se prepara semana a semana al interior de nuestros Talleres.

Cuando llega el momento, como este día, en que enseñamos al exterior nuestra Logia, sabemos que lo que se ha preparado por mucho tiempo debe exponerse: por eso abrimos plenamente nuestros trabajos en nombre de la sabiduría, de fuerza y de la belleza. Entonces en una escena como la que estamos viviendo en estos precisos momentos, la dimensión pública de la Orden se hace más presente que nunca y lo que supuestamente debía ser secreto, se trasluce en el resplandecer del sol más intenso, lo que debe y puede ser mostrado requiere de la apertura total de las celosías. La celosía es una materialización de la dinámica del secreto masónico, y no hay secreto sin una puesta en escena semanal, sin la activación o creación de ese lazo fraternal entre masones en un marco de acción particular en un espacio, que lo materializa y lo simboliza.

Las formas que ahora ustedes ven en este Templo material y en cada Masón, es el aspecto visible del contenido de la Orden, la manera en que ese contenido se manifiesta. Dicha forma es el tiempo y la experiencia que se convierte en espacio y el espacio que simultáneamente se convierte en tiempo y en vivencia, sustancia de la que estamos hechos. Sean pues bienvenidos todos a esta Fraternidad Universal. Es mi palabra Venerable Maestro.

QRH Paul Trujillo