Nosotros los masones aceptamos el gran plan, este plan es la Evolución: la evolución individual, la evolución universal, el progreso de todos los seres vivos en armonía con su entorno. Quienes han de tocador la puerta en busca del conocimiento se le desvelaran sus sentidos para así pueda apreciar los milagros cotidianos de la dicha de estar vivos.
Es que la palabra milagro deriva del verbo en latín “mirari”, que significa “admirarse ante algo”; y es nuestra simbología la que tilda ante nuestros ojos ¨El Gran Arquitecto está presente, todo está bien en la tierra. Nuestros hermanos en tiempos anteriores nos han dejado claves ocultas que a través de símbolos, abreviaciones, números, puntuaciones, y ritos; nos han dejado para los gnósticos los rastros a seguir, y una faró a donde proyectar.
Nuestra propia historia como civilización nos enseña que el progreso puede cesar ante la pasividad de la ignorancia, ó, ante el miedo al cambio. La superación demanda disciplina, sólo a través de ella, requisito fundamental del aprendiz, es que nos convertimos en discípulos capaz de transformar la piedra bruta en piedra labrada.
Ningún ser con la capacidad de obrar tiene el derecho a vivir ocioso, este no es un estado normal. Este estado improductivo tampoco armoniza con la funcionalidad de la sociedad. Nuestra autodisciplina solo armoniza cuando nos dedicamos a lo que nos gusta, entregamos nuestra habilidades, y dejamos un legado a la posteridad, LA GRAN OBRA.
La gran obra es holística, en el interior y en el exterior del templo, en lo macro de los cosmos y en lo micro de la consciencia. En la formación de la estirpe de superhombres capaces de redireccionar la sociedad cuando está se ha descarrilado en el oscurantismo, la corrupción y la injusticia. Esta es la estirpe de buenos hermanos juramentados con sangre.
Recuerdo las palabras de OSHO, “ Cuanto más oscura es la noche, más brillan las estrellas”. Estas estrellas pueden ser interpretadas de muchas maneras. Aquí, hago referencia a todos mis hermanos, mis muy adversos hermanos; quienes me ayudan en mi desarrollo personal; quienes me ayudan a encontrar el significado de la vida. Mis queridos hermanos, a quienes quiero dedicarles el discurso que Shakespeare dejó a la memoria de Enrique V. El cual enuncia valores de hermandad, valor, compromiso, camaradería, la fe, el honor, la vocación y la inspiración ante una situación difícil:
Westmoreland: -¡Ah, si tuviéramos aquí siquiera diez mil ingleses como esos de los que hoy están ociosos en Inglaterra!
Enrique V: -¿Quién expresa ese deseo? ¿Mi primo Westmoreland? No, querido primo; si estamos destinados a morir, nuestro país no tiene necesidad de perder más hombres de los que somos; y si debemos vivir, cuantos menos seamos, más grande será el honor que compartamos. ¡No desees un hombre más, te lo ruego! (…) ¡no anseis un hombre más! Proclama más bien, a través de mi ejército, Westmoreland, que podrá retirarse el que no vaya de corazón a esta lucha; se le dará su pasaporte y se pondrán en su bolsa una corona para su viaje, porque, no quisiéramos morir en compañía de un hombre que temiera morir, en la compañía de sus hermanos.
Este es el día de San Crispín. El que sobreviva a este día y vuelva sano y salvo a su casa, se izará sobre sus pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo al oír el nombre de San Crispín. El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispín». Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices, dirá: «Estas heridas las recibí en San Crispín». Los ancianos olvidan, todo se olvida, pero quien lo haya olvidado será siempre recordado de las proezas que llevaremos a cabo el día de hoy. Y nuestros nombres serán para todos tan familiares como los nombres de sus parientes, nos recordarán con sus copas rebosantes de vino contando: el rey Hary, Bedford y Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester, serán, con sus rebosantes copas fielmente recordados. Esta historia contará el buen hombre a su hijo. Y Crispín Crispiniano nunca pasará, desde este día hasta el fin del mundo, sino que, nos, en él seremos recordados, “ Nos pocos, nos felices pocos, nos banda de hermanos; porque aquél que hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano, pues por muy vil que sea, este día ennoblece su condición. Y los caballeros ahora en sus lechos de Inglaterra se considerarán desafortunados por no estar aquí; y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan hablar a aquél que haya luchado con nosotros «el día de San Crispín».
[1] “Enrique V” Acto 4, Escena 3. Fragmentos de la imaginaria arenga del Rey Enrique V a sus tropas, diezmadas por la disentería y debilitadas por la larga marcha y la distancia a Inglaterra, antes de la batalla de Agincourt (1415), en la que las tropas francesas, mucho más numerosas, les cerraban el paso al puerto de Calais por el que los ingleses debían embarcar de vuelta a casa.
Es en las trincheras donde aprendemos mucho sobre la hermandad, y podemos aprender mucho de ella leyendo “Sin novedad en el frente”, de Erich Maria Remarque. Es en momentos difíciles cuando se pone a prueba al hombre y a su compañerismo. Hay dos casos en la historia en las que comparando ambas tragedias aprendemos que a través del trabajo en equipo, el sacrificio y la organización, es posible sobrepasar cualquier adversidad. Dos casos que debemos comprender en su profundidad como hermanos.
La primera que mencionaré es uno de los sucesos más espeluznantes entre los naufragios, la historia del buque “La Medusa”. En 1816, 150 tripulantes, entre marinos y civiles, fueron abandonados a su suerte tras el naufragio, en una balsa, sin agua ni alimentos; que tras trece días a la deriva fueron finalmente rescatados. Dejándonos entre los archivos de la historia una lección de las atrocidades que somos capaz de hacernos entre hermanos por sobrevivir.
No es sino hasta los hechos del “Milagro de los Andes” es que no vemos con esperanzas a la humanidad. Después de todo, nos estamos enfrentando a nuestra siguiente extinción. Me refiero a la tragedia del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la cordillera que divide a Chile de Argentina. Donde adolecentes bajo las peores condiciones lograron sobrevivir por estar preparados para trabajar en equipo.
Estas dos historias comparándolas nos dejan una gran lección como hermanos. Y es que unidos somos más fuertes. O, en las palabras nuestro Q:.H:. Alejandro Dumas, “Todos para Uno y Uno para Todos”. Porque somos la estirpe de hombre buenos, y de buenas costumbres, y seguiremos con el Gran Plan por el bien de la humanidad.
T:.A:.F:.
Autor: Q:.H:. Juan Xavier Chonillo